Mini Campeones

El sábado pasado fue el primer partido de fútbol de mi hijo en la categoría de menores de cinco años. Ya había tenido dos prácticas pero yo no tenía permiso de asistir. El año pasado me transformé en una Mamá Osa cuando un niño más grande le pegó a mi bebé de tres años una patada en la espalda con los guayos.

Como mi marido teme que un día voy a salir en las noticias de las siete, esposada y reseñada con el cartel en el pecho, hicimos un trato: él lleva al niño a las prácticas y yo solo los puedo acompañar a los partidos.

Cuando llegamos al parque parecía que estuvieran regalando algo. Había por lo menos 1.000 personas caminando en todas las direcciones. A donde quiera que miraba, era un océano de mini pantalonetas azules y mini camisetas verdes y blancas corriendo en bandadas como si fueran escuelas de peces.

Era espectacular ver una pelota de fútbol girar en una dirección y los 12 pares de piernitas corriendo en el sentido opuesto.

Antes de llegar al campo de juego de mi hijo, número 6J, vi a una mamá detrás del baúl de su carro cargando un bebé en un brazo y una botella de vino en la otra. Aunque eran solo las 10:30 de la mañana, algunas mamás americanas creen que tienen licencia para beber a cualquier hora del día porque los tres o cuatro hijos—que nadie las obligó a tener—las llevan al borde de la locura. Llegué a pensar que además de traer merienda para los niños, también debía traer conductores elegidos para los papás.

Finalmente llegamos al campo de juego y nos sentamos en la esquina de nuestro equipo. No hablamos mucho sino que escuchamos a los otros papás dar explicaciones acerca del desempeño de sus hijos antes de que comenzara el encuentro. “Mi hijo acaba de cumplir cuatro años así que no creo que haga mucho”, dijo uno de los papás anticipando un bajo rendimiento.

Me provocaba decirle “¿Y qué espera? ¡Es un niño, no Maradona!

La competitividad innata de los gringos ha sido el rasgo que ha definido la excelencia de los Estados Unidos en los escenarios del deporte mundial. La persecución del primer lugar es un medio poderoso para incentivar la niñez a que den lo mejor de sí y mejorar cada día. El problema comienza cuando los papás aman el deporte más que sus hijos, y las prácticas y los partidos se convierten en la peor de las torturas para los pequeños.

Mi esposo fue entrenador de béisbol, baloncesto y fútbol americano por más de 10 años, tanto de niños como de niñas. El factor denominador que él siempre recuerda era el deseo enfermizo que algunos papás tenían de vivir los sueños de campeones que no lograron cuando jóvenes, a través de sus hijos. Pareciera que se montaran en una máquina del tiempo y trataran de corregir constantemente los errores de una mini versión de ellos mismos, sin pensar en las consecuencias que la presión del debut ejerce en las mentes inmaduras de los niños.

En general, los padres de hoy quieren que sus hijos participen en deportes para promover un estilo de vida activo y prevenir la obesidad prematura. Sin embargo, en todo partido siempre existirá ese papá o mamá que jura que su hijo llegará a alzar la Copa de Fútbol del Mundo o mínimo a jugar en el Real Madrid.

Sin importar el resultado, le haré barra a mi hijo en cada uno de sus partidos, siempre y cuando él quiera jugar y se divierta. Y si definitivamente no tiene madera para el asunto, prefiero ser sincera con él antes que le griten “tronco” o “patacón” desde las gradas.  Por el momento, disfrutaré verlo sentado en la banca riendo con sus amiguitos o luchando por el balón para hacer un gol o simplemente patear como loco. Lo dejaré perseguir sus sueños de mini campeón hasta que él mismo quiera colgar los guayos. Al fin y al cabo, soñar no cuesta nada.

Gracias por leer y compartir.

Xiomara Spadafora

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