La semana pasada me senté a escribir mi columna varias a veces, pero no pude. Las imágenes de los padres de los bachilleres de Parkland, Florida– empuñando sus teléfonos celulares cerca del corazón esperando un mensaje de texto o una llamada que respondiera la pregunta ¿Mi hijo… está vivo o muerto?, me dejaron sin palabras.
Dos semanas después de la masacre, las víctimas ya fueron sepultadas, el alguacil del condado Broward no halla qué hacer para justificar la cobarde negligencia y aparente corrupción dentro de su departamento, y los jóvenes que sobrevivieron la tragedia luchan por mantener vigente su clamor por un control de armas más estricto.
Me imagino la rabia de los padres de familia que perdieron sus hijos al leer que el autor de los hechos estuvo en el radar de la policía y del FBI. Que el departamento encargado de servicios especiales para la niñez y la familia de la Florida le prestaba ayuda sicológica. Y que las directivas del sistema educativo estaban al tanto de su comportamiento violento y errático desde su pre-adolescencia. Continuar leyendo «La Oveja Negra»