Sin pelos en la lengua

Unos de mis recuerdos indelebles de infancia incluyen las tardes en las que, después de llegar del colegio a mi casa, me sentaba a hacer tareas en el cuarto de costura con mi Abuela. Por lo general, ella me daba gelatina de fresa con galletas Ducales de onces y me sentaba en la mesa de cortar las telas.

Mientras ella cosía y yo completaba mis planas de la a, e, i, o, u, el programa Pase la Tarde de Caracol Radio amenizaba el ambiente. Una de esas tardes fue el 6 de noviembre de 1985, el día que el M-19 se tomó el Palacio de Justicia. Yo tenía cinco años.

Tuvieron que pasar muchos años para que yo comprendiera la magnitud histórica de este evento: 27 horas, más de 100 muertos (54 civiles) y una decena de militares condenados por sus acciones. Estas cifras se les han olvidado a muchos en Colombia.

No obstante, hay un personaje que mantiene el recuerdo de la toma muy fresco. Pero en lugar de condenarlo, lo eleva a un acto de rebeldía política que según él, buscaba decirle a la sociedad: ”el camino es la paz”.

Treinta y seis años después, Gustavo Petro, el candidato favorito a la presidencia de Colombia, todavía defiende el ataque del M-19 y a sus camaradas a quienes llama “políticos jóvenes”. (Lea la entrevista de Vicky Dávila en Semana).

Llevo una semana aguantándome las ganas de escribir sobre este tema porque detesto el baile de la política electoral. Pero esta mañana leí un artículo en las páginas del Wall Street Journal titulado “Un admirador de Chavez se puede llevar a Colombia”.

Cabe mencionar que es el único artículo publicado referente a las elecciones de este año en Colombia ya que, ni el New York Times ni el Washington Post han escrito una línea acerca de la carrera presidencial. ¿Será un silencio a propósito? Quién sabe qué están pensando los gringos.

Lo que yo si sé, es que no voy a votar desde Estados Unidos. En 2018 prometí que nunca más votaría por respeto a mis compatriotas. Considero injusto que yo, viviendo por fuera, tenga voz y voto sobre las consecuencias para un país al que no contribuyo económica o socialmente.

Sin embargo, toda mi familia está en Colombia y por esta razón me duele y me preocupa mi patria en lo más profundo de mi ser. Por respeto jamás les daría mi opinión por quién votar, porque acaso, ¿quién soy yo sino una exiliada voluntaria más?

Lo único que puedo decir es que entiendo completamente el por qué del ascenso de Gustavo Petro en el electorado colombiano. Su discurso seduce porque habla de justicia social en un país que la desconoce.

Comprendo por qué millones están hastiados de la corrupción de la clase gobernadora, la cual se ha repartido la riqueza del país para comprarle a las esposas y a las mozas carteras de diseñador con la plata de los pupitres de las escuelitas del campo.

El despilfarro y la avaricia indignan y dan ganas de revolcarlo todo como Jesús lo hizo en el templo. Pero les pregunto, mis lectores, ¿llegó Colombia al punto de elegir a consciencia una figura que legitimiza y endulza la muerte y la violencia de su causa sin pelos en la lengua?

Gracias por leer y compartir.

Xiomara Spadafora

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