
Desde hace más de veinte años tengo una tradición especial para la víspera del Año Nuevo. Antes de que las copas se me suban a la cabeza y tenga que escribir con un ojo cerrado para enfocar la letra, escribo una lista con doce deseos.
Cuando el reloj marca cinco minutos para la medianoche, me como una uva por cada deseo, leyéndolos mentalmente. Luego de los abrazos y el brindis, abro la tarjeta que contiene los deseos escritos el año anterior.
No me acuerdo con exactitud lo que pedí el año pasado, pero sospecho que no voy a poder tachar muchos de mis deseos como cumplidos. 2020 me ha dejado, como a muchas otras personas, la vida en suspenso.
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