El miércoles pasado caí redonda en la trampa de mi hijo y le compré tres peces—a los que llamó Steve, David y Roberto—y un caracol—al que llamó Spady. Llevaba rogándome por lo menos dos meses por un acuario, pero la idea de tener otro ser vivo bajo mi responsabilidad me llenaba de dudas. Al final, los ojazos coquetos de mi hijo—tal como los de su padre—me dispararon una flecha en el talón de Aquiles y terminé aceptando.
Después de pagar cuarenta y cinco dólares—y eso que fue una ganga porque la tienda estaba con el 50% de descuento—salimos de la tienda de mascotas con un carrito de mercado cargado de todo, menos de peces. Continuar leyendo «Asesina de Peces»