Desde que me convertí en empresaria ahora soy una empleada súper combo. Algunos días soy recepcionista, agente de seguros, directora de mercadeo y lo que más le gusta a mi marido: asistente de presidencia. Puedo ver la satisfacción que siente dándome órdenes en la oficina, y la verdad lo dejo, pues en la casa la jefa soy yo.
De todas las labores de oficina la que más me da pereza es contestar el teléfono. Tristemente, la vasta mayoría de las personas que llaman son muy groseras. Son impacientes, esperan que uno les entienda todo lo que dicen–aunque hablen entre las muelas–y cuando se les pide que deletreen su apellido o el nombre de la compañía, disparan letras como una metralleta. ¡Si me cuesta trabajo en español imagínense lo que me cuesta en inglés!