Persecusión a Escoba

Ayer, antes de salir para una cita médica, mi perro Rusty decidió desafiarme cuando le pedí que entrara en su jaula. En lugar de obedecerme como siempre lo hace–¡a quién estoy engañando si siempre me da guerra!–Rusty empezó a correr en círculos al rededor del comedor.

En un microsegundo perdí el control, agarré la escoba del garaje y lo perseguí por dos o tres minutos. Al ver que me llevaba la delantera por cualquier ángulo, paré y le hice pistola mientras le decía, «¡Haga lo que quiera!«. Rusty me miró fijamente como diciendo “¿A esta vieja loca que le pasa?»

Rendida y humillada por un oponente de cuatro patas, guardé la escoba en el garaje y cuando regresé a poner la alarma, ¿adivinen a quién encontré acostado, plácidamente, en su jaulita? Me acerqué a cerrarle la puerta y le dije, “Adiós Rusty».

Al subirme al carro encontré a mi hijo en el asiento de atrás jugando con un muñeco. Gracias a Dios no se dio cuenta de nada. Luego de mi duelo con Rusty aprendí dos valiosas lecciones:

1.) Aunque perdamos la cordura delante de las personas que queremos, siempre existe la posibilidad de reconciliación si estamos dispuestos a dejar el orgullo a un lado.

2.) Voy a empezar a amenazar a mi esposo y a mi hijo con la esccoba. ¿Quien quita?, de pronto recojan su desorden sin tener que decirles.

Gracias por leer y compartir.

Xiomara Spadafora

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