¡Lo que no sirva, que no estorbe!

LoquenosirvaquenoestorbeEmpezó 2016 y luego de emborracharme y rellenarme la noche de fin de año como un pavo—además de sobrevivir un guayabo terciario—llegó la hora de empezar a trabajar y poner en práctica los cambios prometidos.

Sin embargo, antes de empezar a escribir esta columna leí los deseos que hice el jueves pasado a la media noche. Desde hace muchos años, mi mamá y yo tenemos la tradición de escribir 12 deseos en un pedazo de papel, comer 12 uvas—una por cada deseo, en lo posible sin atorarse—y guardar el papelito en la billetera durante todo el año.

Es una tradición sencilla y contagiosa, pues hasta mi esposo la hace religiosamente. Aunque se burla de mi “brujería colombiana” como él la llama, es el primero en la fila para agarrar sus uvas y escribir los deseos.

Luego de oír a Jorge Barón contar los últimos segundos del año durante la transmisión de la Fiesta de los Hogares Colombianos por Caracol, el combo de familiares y amigos brindamos y nos abrazamos. Luego, mi mamá, mi esposo y yo leímos los papelitos con los deseos del año anterior.

Este viaje en el tiempo me reencuentra con la mujer que yo era hace un año y me recuerda qué deseaba de la vida. También, puedo ver la influencia del alcohol en mi escritura, pues las frases empiezan en Spanglish y terminan en Chino -Japonés.

Sin importar cuáles deseos se hicieron realidad, lo que me encanta es leer las constantes en mi vida: mi esposo, mi hijo, mi mamá, mi familia y mis mejores amigas. La vida es muy frágil, por eso haber tenido el privilegio de tener a todos mis seres queridos en mi vida un año más, me hace sentir como si de verdad me hubiera ganado el premio mayor de la lotería.

Precisamente eso fue lo que sentí el primero de enero, luego de recibir una triste noticia. La esposa de un compañero de trabajo de mi esposo–quien llevaba batallando un cáncer por más de un año–murió la noche del 31. El sábado por la tarde fuimos a la funeraria y tan pronto entramos a la sala, encontramos a nuestro amigo consolando a su pequeño de siete años. No pude evitar atacarme a llorar como María Magdalena.

Durante la proyección de las fotos familiares de esta mujer–que ni siquiera conocí en persona, descansando en paz y rodeada de sus seres amados–pensé en el significado de mi vida hasta este momento. Cuando llegué a la casa, abracé a mis hombres, conversé con mi mamá, jugué con mis perros y empecé a escribir esta columna.

365 días son, para mí, tiempo suficiente para evaluar y decidir dos cosas: primero, quién y qué se queda, y segundo, quién y qué se va. Existen millones de cosas que están fuera de mi control; esas se las dejo a Dios. Pero, las cosas que puedo cambiar para mejorar como persona, se convierten en mi objetivo para el principio del año.

No soy una experta en este trabajo de vivir mi vida, pero hace años hice una lista de prioridades cuando quedé embarazada. No sé si fueron las hormonas o qué, pero de repente me convertí en un caballo de desfile–con los tapaojos a los lados para no desbocarme y mantener la mirada en el horizonte.

Por ésta razón, ayer fue el día de deshacerme de todas las «chucherías» en mi vida. Me refiero a proyectos, ideas, sentimientos y hasta personas. Para mí, no existe razón para creer que lo que no funcionó la primera vez va a funcionar en un segundo intento. Lo que no sirva, que no estorbe.

Mientras otras personas guardan y se aferran a todo, yo boto. La vida es una sola y no pienso dejar que se vaya en los pensamientos de las personas que desperdician sus vidas buscando como obstaculizar la mía. Qué pereza.

Adicionalmente, pude colectar los juguetes que mi hijo escogió para regalar a los niños menos favorecidos–los cuales he querido mandar al carajo desde hace meses pues no me dejan parquear tranquila–y los palos de golf de mi marido, los cuales me provoca tirar en el lago de la comunidad cada que me tropiezo con ellos. Ya me imagino la cara que va a poner este domingo cuando no encuentre su palo de la suerte.

La oportunidad de cambio que trae el año nuevo es una ventana muy pequeña. Por eso, empecé el año haciendo ejercicio para ver si se me pega el hábito por lo menos por los primeros meses. ¡Feliz Año 2016!

Gracias por leer y compartir.

Xiomara Spadafora

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