«¡Esta perra desgraciada…!»

La semana pasada, Sasha, my perrita rescatada que es una mezcla de Beagle y Labrador, tuvo Sistitis. Así es, a las perras también les da Sistitis como a las mujeres. La diferencia es que nosotras podemos identificar los síntomas y tomar remedios para calmar el dolor. Las perras, por el contrario, tienen que confiar en sus amos y esperar que estos identifiquen las señales para que las lleven al veterinario y recibir el tratamiento adecuado.

Creo que esto es lo que Sasha esperó de mí. Sin embargo, a pesar del amor infinito que siento por mi hija de cuatro patas, me tomó tres días descifrar qué le estaba pasando. Al rededor de las tres de la mañana del sábado Sasha empezó a chillar. Me paré de la cama medio dormida, iracunda y la saqué a hacer pipí. Parada a mi lado mientras abría la puerta Sasha comenzó a hablar en un idioma canino que no podía comprender. Salió corriendo hacia la palma del frente de la casa, se acurrucó y dejó de lamentarse. Entramos y nos fuimos a dormir.

Durante el transcurso del día Sasha estuvo perfecta. Comió, bebió y jugó como siempre. En la tarde hasta se acostó a mis pies mientras preparaba las sorpresas de la fiesta de cumpleaños de mi hijo. Pero llegó la noche y otra vez, como un relojito, la chilladera de Sasha comenzó a las tres de la mañana. Me paré de la cama, iracunda y la saqué a hacer pipí. Otra vez se echó su discurso, se acurrucó y luego se calmó. Nos fuimos a dormir.

Infortunadamente, a las cinco de la mañana se repitió la historia. Me provocaba estrangularla y dije: «¡Esta perra desgracidada…!«, pero por compasión me levanté tambaleando del sueño y la saqué a hacer pipí.

El domingo en la mañana, dos horas antes de la fiesta, la tormenta tropical Xiomara estaba a punto de convertirse en huracán. Justo antes de salir a recoger las cosas pendientes para la fiesta escuché a Sasha gimiendo mientras caminaba por la casa. Inmediatamente le dije a mi esposo: «Sasha esta enferma. Yo creo que tiene Sistitis«, a lo que él me respondió: «Bueno… pues llévala al veterinario.» Si las miradas mataran mi marido estaría bajo tierra en este momento. Aunque era la respuesta obvia no podía llevarla en ese momento.

Con el corazón roto le di un beso y una galleta –la cual se tragó de un bocado como un cocodrilo– y me fuí. Sasha puede comer así este condenada a la pena de muerte.

El lunes a las nueve de la mañana en punto, los tres –Sasha, mi hijo y yo– fuimos al veterinario. «La perrita tiene Sistitis«, dijo la doctora en una voz muy suave. Me dió las medicinas y repetí sus instrucciones como una grabadora. Me alegró tanto que no fuera nada grave. Mientras esperaba para pagar la cuenta vi una cartelera que mostraba la equivalencia de la edad canina a la edad humana. Según la gráfica Sasha tiene alrededor de 50 años. Justo en ese momento entendí la lección que ella me enseñó:

No importa el dolor, la angustia o la incertidumbre que nos causa la vida; nada justifica que convirtamos en víctimas a las personas que nos rodean. Algunas veces somos egoístas y pensamos que nuestros problemas son los únicos en el mundo; esperamos que nuestros seres queridos se dediquen a nosotros y se olviden de sus propio líos.

Sasha estaba sufriendo y aún así batió su colita y me mostró el amor que solo la madurez y la sabiduría alcanza. Claro está, estoy adivinando porque si hubiera podido hablar problamente Sasha habría dicho: «Esta perra desgraciada…  ¿Será que algún día me va a llevar al veterinario?«

Gracias por leer y compartir.

Xiomara Spadafora

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