Ser hija única me enseñó desde muy temprana edad a ser independiente emocionalmente y a enfrentar los desafíos de la vida sin “segundas opiniones”.
Aunque los hermanos de mi mamá son como si fueran los míos –pues los menores todavía estaban estudiando y vivían con mi abuelita, mi mamá y yo en la casa en que crecí—la mayoría del tiempo andaba sola como un cactus.
Sin embargo, aprendí a apreciar la soledad; jugaba a las muñecas, leía libros, y hablaba con mis amigos imaginarios todo el tiempo –tranquilos, no soy esquizofrénica, aunque mi marido diga lo contrario.
Honestamente puedo decir que nunca extrañé tener hermanos porque la vida me regaló mis “hermanitas” en mis mejores amigas. Desde el bachillerato y a través de mi vida adulta joven, forjé amistades que me han durado una vida. Por ejemplo, la tercera semana de mis vacaciones en Bogotá la pasé en compañía de mi mejor amiga del colegio –con quien estoy en la foto de arriba— y sus dos hijitos quienes se han convertido en los mejores amigos de mi hijo. A petición de ella debo aclarar que su figura “redonda” obedece a los ocho meses de embarazo de su tercer hijo. Los días que he pasado con ella me trajeron nostalgia y me recordaron cuánto quiero a mis amigas.
Para mí, encontrar una amiga de verdad es como una búsqueda para hallar oro. Hay que tener mucha paciencia y recoger mucho barro y piedras antes de que el precioso metal se vaya al fondo de la lata por su propio peso.
Desde que era una adolescente mi mama solía decirme: “Uno debe contar sus amigas de verdad con los dedos de una sola mano” y creo que es verdad; cinco es el número de mis mejores amigas. ¿Qué triste verdad? ¡En esta era de Facebook, Instagram y social media me imagino que para muchos soy una hermitaña! Ni siquiera entiendo como funciona Instagram y lo he descargado tres veces. En fin, lo único que se, es que esas cinco amigas equivalen a millones de amigos digitales y están listas a salir en mi auxilio cuando las necesite.
Ya que me gusta mantener anónima la identidad de mis personajes humanos, utilizaré algunas de las princesas de Disney para describir a mis “nenas”. Tengo mi Blanca Nieves, no solo por su apariencia física sino por su talento para reunir gente; ella parece un “pegante” humano. Cuando estábamos en el colegio su casa era “la casa del ritmo” donde enanos, conejos, ardillas y brujas –sus amigas que me caían mal—parrandeábamos sin parar.
Pocos años después conocí a mi Ariel el primer día de Universidad. Ella es un “pez” en el agua; adaptable. Si fuera una sirena ella querría tener piernas y aprender a caminar, porque siempre está en búsqueda del conocimiento. A través de ella conocí a mi Bella Durmiente; una princesa lo suficientemente “englobada” para irse a una playa cerca de Tampa, Florida el mismo día que el Huracán Katrina casi borra del mapa a New Orleans. Esta princesa puede dormir aunque el techo se le caiga encima y despertar como si nada hubiera pasado.
Por medio de la Bella Durmiente conocí a mis dos últimas princesas. La primera, su prima y mi Bella. A pesar de casarse con la Bestia, éste no se convirtió en principe, pero ella pudo hacer un hechizo y liberarse para buscar nuevos horizontes. Y la segunda, mi Mulán, la rebelde y feminista. Ella quiere cambiar los paradigmas que definen los roles para las mujeres. Es una guerrera y mi heroína de la era tecnológica que estoy aprendiendo.
Estas son las joyas que mantengo cerca de mi corazón. Nos separan ciudades y hasta continentes, pero cuando me reuno con una o con varias de ellas, es como si el tiempo nunca hubiera pasado… Bueno, en sentido figurativo. Hay varias cosas que ya no hacemos.
Por ejemplo ya no tomamos y bailamos en la barra de un rumbiadero con el peligro de rompernos el cuello si nos caemos, o salimos más de una noche por el miedo al guayabo “terciario”.
Aunque nunca fuimos “compinches” y salíamos con diferentes grupos de amigos, nuestra amistad siempre fluyó sin obligación. Fueron mis cómplices de muchas aventuras y han sido la audiencia del teatro de mi vida. Han visto mi corazón roto, el brillo de la alegría el día de mi matrimonio y cuando mi hijo nació, me han escuchado batallar con fantasmas del pasado, y me han animado a seguir escribiendo estas historias pues saben que es lo que quiero hacer por el resto de mi vida.
Estas son mis princesas y yo solo espero poder ser la narradora de sus finales felices. Esa es la lección que repasamos cuando estamos juntas –o por Whatsapp; a ser más que mejores amigas.
Gracias por leer y compartir.
Xiomara Spadafora