Con mucha frecuencia escucho a los esposos—incluido el mío—decir, “Esposa feliz, vida feliz”, cuando se refieren a conceder las peticiones de sus esposas—muchas veces incomprensibles para ellos–con tal de llevar la fiesta en paz en la casa. Lo que me llama la atención, es que nunca he oído un dicho que se refiera a la felicidad de los maridos y por ende, la felicidad de sus mujeres.
Tal vez recuerden mi columna del 12 de Agosto, “¿Quién dijo que era tarde?” en la cual les contaba la aventura de mi esposo al comenzar la Dieta Paleolítica. Bueno, han pasado dos meses y los cambios, considerables, vale la pena compartirlos.
Primero que todo, tengo que admitir que me equivoqué, pues gracias a Dios mi esposo no salió a cazar los venados de la comunidad, no se ha puesto la licra de leopardo, ni ha bailado en pelota al frente de una fogata en el patio. A pesar de mi incredulidad, lleva comiendo solo frutas y verduras como un conejo y carnes magras como un oso.
El primer beneficio del régimen Paleolítico en la calidad de vida de mi esposo, ha sido la reducción dramática de sus alergias alimenticias. La sensación incómoda de su llenura constante es parte del pasado. Ya no tiene que quedarse sentado hasta las dos de la mañana para digerir lo que hubiera cenado, sino que puede acostarse a dormir como un bebé.
¿Mi beneficio? Yo también puedo dormir mejor, ya que su tos flemática ya no me despierta en la madrugada como el “Run, Run, Run” estruendoso de un tractor atravesando la pared.
El segundo beneficio es que ahora podemos compartir la cocina en armonía. Como no está comiendo carbohidratos, ya no encuentro millones de moronas de pan tostado ni pegotes de mermelada en los mesones. Ahora puedo preparar mi desayuno y empacar la lonchera de mi hijo en paz. La cafetera y la estufa todavía son un desastre, pero pedirle a mi marido que mejore su motricidad, es como pedirle peras a un olmo.
Además, ahora cocina las carnes el domingo—libras de filetes y salchichas de pavo que alcanzan para alimentar un batallón—en el asador del patio. De esta manera, si los jugos de las carnes hacen crecer las llamas como una hoguera de ritual Apache, no me importa, pues no hay gabinetes que él pueda incendiar.
El tercer beneficio—que mi marido insiste no es tan importante—es la pérdida de peso. Ha bajado por lo menos seis kilos y ya siente la diferencia en la ropa. Ahora camina pavoneándose por toda la casa mostrando sus abdominales de lavadero, posando como un modelo de catálogo de ropa masculina con cara de pendejo. Una de las cosas que me enamoraron de mi esposo es que le gusta vestirse bien. Pero, si ya tiene más ropa y zapatos que yo, ¿Cómo será en unos meses? ¡Me va a sacar del closet!
Un beneficio extra, muy agradecido de mi parte, es que gracias a su pérdida de peso, mi marido ya no siente la necesidad de matarse haciendo ejercicio todos los días. Esto ha reducido la montaña de ropa para lavar y doblar, del tamaño del Everest al de una pequeña colina.
Durante este viaje en el tiempo a la era de las cavernas, he reafirmado la creencia de que si mi esposo está contento, yo soy más feliz. Si mi “cavernícola” siente sus necesidades básicas satisfechas, él regresa a la casa después de enfrentar el mundo salvaje, arrastrando la presa del triunfo que asegura la supervivencia de su tribu.
Los hombres son sin duda criaturas descomplicadas. Sin embargo, no se dejen engañar por su actitud de frescura para todo. Los hombres son consentidos y caprichosos en su modo masculino. Por ejemplo, mi esposo es el típico hombre maduro de temperamento estable; no se queja por cosas superficiales—a menos que se caiga la televisión por cable o el Wi-Fi y ahí si hace el berrinche de un niño de tres años.
Debo confesar que jamás pensé que su disciplina para la dieta Paleo le duraría tanto. Pero ya que empezó, no quiero que renuncie. Él se ve y se siente increíble, lleno de salud y energía. Aunque ha requerido sacrificios de mi parte, yo también salí ganando. Ahora, pensando en un dicho para nosotras las esposas me inventé “Marido feliz, mujer de compras”. Yo ya le tengo puesto el ojo a unas cuantas cosas y sé que mi maridito no me va a decir que no.
Gracias por leer y compartir.
Xiomara Spadafora