Mi mamá dice que los niños pequeños son como una grabadora; no se les escapa nada pues tienen el casete sin estrenar. Por esta razón, mi esposo y yo tenemos que ser cuidadosos de nuestros comportamientos al frente de nuestro pequeño espía, quien parece estar en entrenamiento de la CIA.
Recientemente me ha preguntado: «¿Decir estúpido está mal, cierto mami?» y cada vez que le respondo que sí, me siento como una hipócrita pues soy de las personas que disfruta echar madres. Pero además de la conciencia sobre las malas palabras, lo que he notado en mi pequeño es que, a pesar de su corta edad, ya está entendiendo la diferencia entre el bien y el mal.
Aunque me sorprende para bien, no puedo evitar sentir tristeza porque sé que su inocencia innata y pura ya se empezó a desvanecer.
Sin importar cuánto intente retrasar el curso normal del crecimiento físico y psicológico de mi hijo, estoy segura que en unos años él cuestionará la existencia del Niño Dios, el Ratón Pérez y los súper héroes. Entonces, ¿qué voy a hacer para preservar su inocencia? Mi respuesta es lo que sea necesario. Así la vida de mi hijo sea un tren con una ruta establecida, yo decidiré las estaciones y el tiempo de espera mientras pueda hacerlo.
Ahora, el verdadero problema es la naturaleza de los peligros que los niños enfrentan a pesar de estar rodeados de la protección de un ambiente privilegiado. Desde mi punto de vista ingenuo y maternal, tiendo a pensar que el peor de los peligros es el amigo calavera que le va a enseñar malas mañas y a desafiar las reglas de la casa.
Pero cuando veo las noticias, el verdadero monstruo es el lobo que se viste de oveja; no solo para Halloween, sino para acechar al rebaño en la calle, el colegio o en reuniones de amigos y conocidos.
Cuando mi hijo nació, me suscribí a la página de alertas del Estado de la Florida para recibir notificaciones acerca de la presencia de violadores de niños cuando se mudan a nuestra área. La semana pasada recibí una, y cuando abrí el archivo y vi la foto del ex presidiario, me recorrió un frío en la espina dorsal.
Tristemente las noticias de abusos y violaciones infantiles son pan de cada día de las agendas de noticias nacionales o internaciones. Sin embargo, un caso que se me clavó en el pecho como una espina, fue el del Sargento de Primera Clase, Charles Martland, quien fue expulsado de las Fuerzas Militares de Estados Unidos luego de golpear a un comandante militar afgano quien se jactaba de ser un violador de menores.
Aunque la acción del militar afgano es repulsiva, más aberrante fue la reacción de los comandantes militares y funcionarios públicos americanos que negaron la apelación del Sargento para permanecer activo en el ejercito, pues consideran que no debía haberse involucrado en un eventualidad que es parte de la cultura afgana. Es pocas palabras los gringos le dijeron: «No sea sapo y deje así».
Me encantaría saber qué habría pasado si el monstruo afgano hubiera atacado una refinería de hidrocarburos en lugar de un niño indefenso. Es ese caso, estoy segura de que un dron lo habría pulverizado en segundos.
Ante mis ojos, el Sargento Martland es un héroe. Aunque probablemente su acción le costó el final de una carrera militar exitosa, la bondad de su corazón le dio valor para enfrentarse al demonio y salvar su alma. Preservar la inocencia de un niño, en cualquier lugar del mundo, vale la pena ir a la guerra y morir en el intento. Eso es lo que yo haría por mi hijo o por cualquier otro niño.
Siempre debemos estar vigilantes, el lobo es paciente y espera a que el pastor se quede dormido para atacar sus ovejas. Pensemos en la seguridad y el bienestar de la niñez y mantengamos los ojos bien abiertos para desenmascarar a los monstruos de verdad, que se disfrazan de personas de bien.
Gracias por leer y Feliz Día de las Brujas!
Xiomara Spadafora