El próximo 24 de noviembre se cumple el último plazo para renovar el pasaporte Colombiano por el actualizado de lectura mecánica. Aunque me enteré durante mis vacaciones del pasado julio, la pereza de hacer el trámite en Bogotá me invadió y preferí hacer la vuelta en el Consulado de Colombia en Orlando, Florida. Qué gran equivocación.
Desde los primeros días de noviembre ingresé a la página en internet del Consulado de Orlando para averiguar los requisitos y hacer la cita. Sin embargo, esta página parece haber sido creada para que la navegaran solamente los ingenieros de sistemas que la diseñaron. Es más fácil encontrar una silla vacía en un Transmilenio que la información que uno necesita.
Media hora después de hacer click aquí y click allá se me saltó el genio y decidí llamar, inocentemente, al consulado para recibir la respuesta a mis preguntas. A pesar de ser las tres de la tarde, el teléfono timbró siete veces antes de que una grabación–con una voz chillona de niña chiquita–me aclarara que el horario de atención era de lunes a viernes de 8:30 am a 2:00 pm, y que si tenía alguna pregunta mandara un email.
Eso sí, el mensaje estaba en dos idiomas; español y algo que sonaba a inglés con acento Chibchombiano.
Frustrada, volví a entrar a la página de internet y luego de echar madres cien veces, logré hacer la cita para la única fecha y hora disponible: 10 de noviembre a las 11 de la mañana. Al mirar el calendario, me di cuenta de que además de celebrar las fiestas de Colombia, nuestros ejemplares diplomáticos también celebran las de los Estados Unidos. Es decir, el consulado trabaja 25 días al año, cinco horas al día. ¿Qué camello, no?
Luego de manejar dos horas desde Jacksonville, llegué ayer a la cita con media hora de anticipación. El edificio en el que se encuentra la oficina del consulado es imponente, y el amor que siento por mi país me llenó de ilusiones, como creer que la ineficiente tramitología de Colombia se contiene dentro de sus fronteras. Pero la realidad es otra; pues a pesar de la distancia, los ámbitos consulares son una innegable extensión de nuestra patria, en todo sentido.
Cuando el ascensor se abrió en el cuarto piso, me recibió primero un escudo pequeño de Colombia y a unos pasos, una fila desordenada de personas que invadían el espacio del vecino. Y no podía faltar la tienda improvisada exhibiendo mochilas, manillas, artesanías, golosinas y bebidas colombianas en la puerta del lado. Lo único que no vendían era cerveza ni cigarrillos sueltos.
Durante el camino a Orlando, me «lavé el cerebro» para esperar por lo menos dos horas sin pelear y por eso puse las monedas necesarias en el parquímetro. Pero después de una hora de retraso de la cita original, y de la respuesta altanera que la recepcionista le dio a una señora de edad: «Tiene que esperar, porque ahí sí…, ¿qué se hace?«, empecé a sentir que la sangre se me calentaba como un volcán a punto de erupción.
Para calmarme, pasé a la tiendita que tenía un aviso de envíos de Avianca, y me antojé de unos Manimoto de Limón que nunca había probado. El aviso decía que costaban $1.75 así que metí dos billetes de un dólar. Pero como la Ley de Murphy dice que lo que puede suceder, sucede, ¡La maldita maquina me robó un dólar! El antojo me salió por $2.75.
A los pocos minutos de terminar mi merienda, una funcionaria me llamó, me tomó la foto contra un muro blanco y constató mi identificación y el medio de pago–el cual equivalía al 259% más del costo en Colombia. Entregué el sobre de Fedex pre-pagado–para no tener que volver al consulado a recoger mi pasaporte nuevo–y salí del «Edificio Macondo» con rumbo a mi casa.
Colombia es un país emprendedor lleno de riquezas naturales y talento humano. Estoy segura que los funcionarios del consulado son buenas personas, pero la burocracia es una enfermedad altamente contagiosa de la que pocos se escapan–incluyendo las máquinas de comidas.
Estados Unidos no será un modelo de honestidad, pero por lo menos las páginas de Internet funcionan y las citas se respetan. Me queda de consuelo, que el pasaporte solo hay que renovarlo cada 10 años.
Gracias por leer y compartir.
Xiomara Spadafora