Sospechosa Dulzura

La Navidad llegó y con ella, los kilos de más a los que les nombraré la madre en enero cada vez que me tenga que embutir en mis pantalones.

La sala de juntas de mi oficina ya esta abarrotada de cajas llenas de pasabocas, casi todos cubiertos de chocolate. Si las cosas siguen así, me temo que voy a terminar en la sala de emergencias por haberme comido un lápiz o la cosedora si están cubiertas de chocolate.

Honestamente, puedo decir que nunca pienso en regalarle dulces o chocolates a nadie, a menos que sean mis enemigos–no hay nada que me divierta más que imaginar a las personas que me caen gordas, ¡mucho más gordas!

Por ésto, siempre sospecho de los regalos aparentemente «dulces». Hace varios años tuve una amiga/enemiga antes de casarme. Salíamos a rumbear y teníamos amigos en común. Ella se la pasaba haciendo dieta y yo me la pasaba tragando chucherías–de hecho, todavía lo hago. Pero teníamos en común el deseo de librarnos de esos gorditos en la panza que se rehúsan a desaparacer, a menos que se les amenace con un bisturí.

Cuando ella empezaba una dieta, yo trataba de apoyarla, pero convertirme en un gancho de ropa nunca ha sido una de mis metas en la vida. De un momento a otro todo cambió. Dejó de cuidarse y el espíritu de una repostera la poseyó. Empezó a hornear todas las semanas y pasaba a visitarme de sorpresa con canasticas de galletas y cupcakes.

Por supuesto, caí redonda al principio cual perra golosa, pero después se hicieron evidentes sus intenciones de hacerme volar como un globo de aire caliente.

El problema radicaba en su personalidad controladora, y que me creía su mascota para seguir sus pasos. Pero finalmente se dio cuenta de que yo vivía felíz con mis gorditos y decidió convertirme en una lechona. Por obvias razones esta mistad tuvo los días contados.

Ahora, volviendo al tema de los regalos de oficina de parte de los proveedores, estoy segura de que ninguno de éstos tiene deseos malintencionados ni me quieren ver con una manzana en la boca. Entiendo también que quieren darnos las gracias por los negocios del año, pero, les pregunto: ¿Acaso no saben lo que es la Diabetes? ¿Es mucho pedir que manden una ancheta de frutas?

De acuerdo con las estadísticas del CDC (Centros para el Control de Enfermedades por su sigla en inglés), en Estados Unidos existen más de 29 millones de personas diagnosticadas con Diabetes. Cada mes salen al aire nuevos comerciales de medicamentos para el control de los niveles de azúcar–todos aquellos listando los ridículos efectos secundarios que matarían a los pacientes antes que la misma enfermedad.

Mi esposo se burla de esos avisos de televisión y radio y se inventó una advertencia: «Si se le inflama el coto, si empieza a pensar como el sexo opuesto, si le salen fuídos del cuerpo por todos los orificios, si siente deseos de orinarse encima suyo o de los demás, o si se muere del susto, contacte a su médico inmediatamente, así ya este muerto».

Comer bien y balanceado es una tarea difícil, punto. Y más aún cuando estoy en la oficina; mi cerebro se cansa y se antoja de comida chatarra. Apenas son las 10 de la mañana y ya asalté la sala de juntas dos veces. Me comí tres galletas y cinco cerezas cubiertas de chocolate–al menos las éltimas son frutas entonces no cuentan, ¿verdad?

Gracias a Dios, diciembre pasa rápido. De lo contrario, me contratarían para posar de Papa Noel.

Gracias por leer y compartir.

Xiomara Spadafora

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