Ayer fue el cumpleaños número 56 de mi esposo lo cual lo cataloga como vintage, no por la cantidad de años vividos, sino porque–como los vinos finos–fué el mejor producido en su año.
Ante mis ojos, mi marido es un hombre muy guapo y aparentaría menos años si su cabeza no fuera como una papa salada. Sin embargo, las mujeres lo miran y la verdad no me preocupa. Ya van a entender por qué.
Hace un par de meses, estaba en la sala de espera de la prueba de esfuerzo nuclear del corazón. Mientras lo llamaban, se puso a conversar con una señora mayor, según él de por lo menos 75 años. Mi esposo es un hombre que le habla al perro y al gato sin problema. Por algo es un crack para las ventas.
Cuando le llegó el turno, se paró y siguió a la enfermera hasta la sala de imágenes. Pero, antes de cruzar la puerta de la sala, la otra enfermera le dijo que se volteara y mirara para atrás. La viejita venía caminando lo más rápido que podía sosteniendo algo en la mano.
«Antes de que te vayas, quería darte mi teléfono para que me llames«, le dijo la viejita mientras le entregaba un papelito. Mi esposo lo leyó, sonrió por educación y entró a la sala como alma que lleva el diablo.
Cuando llegó a la casa, me contó lo sucedido y me atoré de la risa al ver la evidencia de su admiradora. El papelito tenia escrito coquetamente el nombre «Susie» y un teléfono local. Lo único que sé es que la viejita corrió con suerte, porque si yo hubiera estado ahí, habría terminado en la sala de reanimación.
Después del episodio con «Susie», mi marido se rió de sí mismo y dijo, «Si algún día nos quebramos, me puedo poner a bailar en los ancianatos. ¡Sería un éxito!«
Los italianos tienen un «no sé qué, no sé dónde» que encanta sin emportar la edad. Mi suegra, antes de morir a los 84 años, tenía una piel y un espíritu ¡divinos! Estoy convencida que algo tiene que ver con las aceitunas, porque ¡qué barbaridad, se las comen como dulces!
Recientemente, mi esposo ha estado yendo al gimnasio–cerca de nuestra oficina–a la hora del almuerzo para así pasar más tiempo con nosotros al final del día. Lo chistoso es que a esa hora, el gimnasio es la pasarela ideal para las personas jubiladas quienes van al gimnasio a hacer vida social más que a ejercitarse.
Las «veteranas» ven en mi marido a un ejemplar vigoroso, de pelo plateado, vestido de Nike y Underarmour, alzando pesas y trotando en la caminadora con audífonos moviéndose al ritmo de Pitbull–¡qué puedo decir, mi marido es más latino que yo!
Ahora, si lo comparan con los «veteranos», quienes caminan a dos millas por hora porque les duelen los juanetes o solo van al gimnasio para ir al sauna, por obvias razones mi esposito es la última Coca-Cola del desierto.
Sin embargo, por más que le echen el ojo, ninguna de esas mujeres ha sido tan atrevida como la viejita calenturienta Susie. No me extrañaría que ella haya sido una de las fundadoras del movimiento de liberacion femenina en los años 60 o una de las organizadoras de Woodstock.
Mi esposo es un hombre humilde que no acepta cumplidos, por eso sé que el acoso de Susie lo avergonzó. A veces pienso que él no me cree cuando le digo que se ve churro o que agarré a alguna mujer mirádolo en la calle. Lo único que sé, es que él me timbra las campanas igual que lo hizo cuando lo conocé hace 10 años.
Si existe algo que he aprendido de él y nuestro camino juntos, es que la edad es una condición mental. A pesar de estar separados por años de edad, nuestras almas nacieron gemelas. Simplemente nos tocó saltar más obstáculos para encontrarnos. Amo a Mi Amor y le deseo muchos más cumpleaños a mi lado.
Eso sí, de ahora en adelante voy a caerle al gimnasio de sorpresa para marcar mi territorio, raspar el piso y ahuyentar a las hienas ganosas.
Gracias por leer y compartir.
Xiomara Spadafora