
La Elección Presidencial 2016 en Estados Unidos comenzó, oficialmente, el lunes pasado con las asambleas en el estado de Iowa. Al mismo tiempo, empezó el acoso incesante a los votantes por parte de ambos partidos, Republicano y Demócrata. Cada vez que el teléfono de mi casa timbra, sé que es un voluntario, de alguna campaña, llamando a pedir mi dinero y mi voto.
Anoche por ejemplo, decidí contestar el teléfono a pesar de que me enredé en las patas de uno de mis perros y casi me descalabro con el mesón de la cocina–mis perritos siempre están a mis pies cuando les estoy sirviendo la comida.
Al otro lado de la línea, un muchacho jóven empezó a recitar el libreto de propaganda política antes de que yo pudiera decir «¿Aló?» Le pedí que parara y le dije: «Cuente con mi voto, pero yo no le regalo plata a los políticos».
El tipo se quedó pasmado y le tomó un par de segundos decidir cuál frase usar para hacerme cambiar de opinión. Trató de endulzarme el oído diciéndome que podía contribuir con solo $5 dólares, lo cual me hizo pensar, «Estos políiticos no tienen dignidad. Hasta un hippie en un mercadito artesanal pediría más«.
Finalmente, el muchacho entendió mi mensaje sublime que decía, «¡Soy tacaña y no me jodas más!» y me deseo una feliz noche antes de colgar.
En el pasado, me han gustado algunos candidatos políticos, pero nunca me he dejado convencer de donar plata. ¿Por qué? Porque no soy masoquista. Estoy convencida, de que si regalo el «fruto de mi trabajo» a alguna de las campañas, estaré patrocinando mi propio colapso nervioso.
Sin embargo, dé o no plata, ya estoy sintiendo los efectos del huracán que llega con la jornada de votación en la Florida a mediados de marzo. El primer efecto es que mi buzón de correo ya parece un lechón de Navidad pues está relleno de propaganda impresa. Lo que más me enfurece es que el papel barato me corta y me infecta los dedos cuando intento abrir los sobres pegados con Super Glue.
Segundo, debido a mi adicción a los canales de noticias–soy periodista por naturaleza–ya estoy hipnotizada por las opiniones dizque «expertas» de los «estrategas» políticos, las cuales no son más que la repetición de las mismas encuestas hechas por estudiantes practicantes con la metodología de Plaza Sésamo.
Cuando veo a éstos expertos en televisión me pregunto, ¿Qué es un estratega político? De acuerdo con la imagen que proyectan, creo que son personas del común, que miran noticias, tienen buena sonrisa y buen cabello y por lo general escriben un blog. Un momento… ¡siendo así yo podría ser una!
Pero el peor efecto, es el bombardeo de comerciales que buscan destruir la reputación de los candidatos favoritos en las estaciones de radio y television cuando empiece a rodar sangre en la arena. Aquí, las campañas entran en una carrera contra reloj para exponer los secretos y escándalos de sus oponentes: abuso de drogas, alcohol, desfalco, acoso sexual, discriminación, propinas o multas sin pagar, selfies comprometedoras y hasta la pecueca salen a luz.
Cuando la sacada de trapos al sol termine, nosotros, el electorado, tendremos que salir a votar por el «menos peor» de la lista de candidatos defectuosos. Todavía no he decidido por quién voy a votar. Lo único que tengo claro, es que mi voto no terminará en las dinastías decrépitas de poder de cada partido. Amanecerá y veremos.
Gracias por leer y compartir.
Xiomara Spadafora