
La madrugada del martes pasé literalmente una noche de perros. Los rayos y centellas de una fuerte tormenta puso a mis perritos, Rusty y Sasha, al borde de un ataque de nervios a las 4 de la mañana. Aunque quería estrangularlos por desvelarme, me paré a calmarlos con un pedazo de pan.
Un par de horas después, me senté a desayunar y a leer los últimos detalles de la tragedia de Mocoa. Por un instante pensé, si yo estoy asustada escuchando los truenos y la lluvia torrencial–aún sabiendo que mi casa está construída con los materiales adecuados y en una zona residencial apta–¿qué habrán sentido las víctimas la noche del 1 de abril?
Los artículos en las páginas web de los periódicos colombianos me provocaron tristeza y rabia. No solo por la crudeza de las imágenes, sino porque la mayoría de los medios de comunicación repetían que la causa del desastre fue la proporción de la caída de lluvia en un tiempo tan corto (106 milímetros de agua entre las 10 de la noche y la 1 de la mañana), en lugar de la proporción de negligencia y falta de acción del gobierno. Continuar leyendo «Cuando el río suena…»